Un mimo salía de la multitud y abordaba a los ciudadanos descuidados. Los pillaba caminando sobre la cebra mientras el semáforo peatonal alumbraba en rojo y otros miraban impávidos. Entre risas y vergüenzas, comprendían sonrojados que su afán no era excusa para estar por encima de las normas de tránsito.
Era una escena común a mediados de los años 90, cuando el juego y la pedagogía se tomaron las calles para comprender y ajustar el cumplimiento de las normas sociales. En cada una de las dos administraciones de Antanas Mockus, pero también en el período de la última de Enrique Peñalosa, cuando fui concejal, se asignó entre el 3 % y el 4 % del presupuesto total de sus planes de desarrollo a estrategias de cultura ciudadana. Durante la administración de la alcaldesa Claudia López, $ 35.000 millones fueron asignados para implementar 13 estrategias.
En Amsterdam, durante los años 60 del siglo XX, el grupo anarquista provo impulsó con sus bicicletas blancas, entre otros juegos, un cambio en la movilidad. Salieron masivamente a tomarse las calles con bicicletas gratis para toda la ciudad, como un acto lúdico, para provocar un cambio de mentalidad por la agresividad del caos vehicular. Hoy nos llegan como postales las imágenes de los ciclistas y las ciclorrutas masivas en la capital holandesa y representan un triunfo de la sostenibilidad y el civismo. Los provos sufrieron la persecución de la policía por sus bromas y símbolos urbanos, aunque rápidamente el gobierno entendió que se trataba de un cambio cultural y que resultaba ridículo perseguir unas tonterías callejeras.
La propuesta
Ha transcurrido más de medio siglo; las autoridades y el arte pueden trabajar de la mano para mejorar la convivencia ciudadana. Es necesario abrir un espacio para permitir la expresión ciudadana creativa y constructiva. ¿Cuántos artistas urbanos no vemos todos los días en los andenes, semáforos y el transporte público? ¿No sería un buen momento de confiarles la tarea de transformar los comportamientos ciudadanos con apoyo del distrito? Rap, hip-hop, rock, música popular, cuento, poesía, circo, y arte en general: toda una miríada de expresiones que, además, buscan participación y capacitación. Podemos materializar la propuesta de convocar masivamente al sector cultural, formal e informal, en torno los comportamientos que más nos afectan como ciudad.
Durante esta administración, un poco más de 5.400 artistas recibieron cualificación como mediadores culturales, y podríamos continuar apoyándolos mientras impulsamos las mejores iniciativas hacia la transformación de comportamientos cívicos. Quién como ellos y ellas para comprender los malestares sociales y la necesidad de acuerdos ciudadanos mínimos. Quizás se puede sentir un ánimo crítico y de insatisfacción inicial hacia la administración distrital, pero con seguridad abrirá un diálogo más sano. La cultura ciudadana institucionalizada puede resultar aburrida, impositiva y estéril.
Es un momento clave para trabajar sobre esa aceptación social y cultural de comportamientos que contravienen abiertamente las normas sociales y legales, y entender cuáles son las normas que más nos convienen para fomentar la tolerancia y el orden público. Ciertamente, seguimos dando pasos a ciegas, porque desde el año 2018 no tenemos nuevas mediciones de cultura ciudadana. Lo curioso es que, entre 2003 y 2018, cuando se les preguntó a los ciudadanos con qué frecuencia actuaban conforme a la Ley, pasamos de responder “siempre” en un 71 % a un 51 %. ¿Cómo responderíamos a esa pregunta hoy en día?